SOBRE EL CONOCIMIENTO DEL COMUNISMO POR PARTE DE LA CLASE OBRERA DE NUESTRO PAÍS.

Enrique Velasco

Acompañante y acompañado. “Exterior e “interior”.-

 

¿ Por qué “exterior” e “interior” aparecen con comillas? Parece que se llame la atención de una manera especial sobre esas palabras.

Es cierto que hay que llamar la atención sobre el hecho de que el acompañado está en el interior, es decir, en la producción, mientras que el acompañante está en el exterior, o sea, en el mundo de las instituciones.

En el interior, en la producción, es donde las relaciones de trabajo que se establecen convierten al trabajador en obrero y al propietario en empresario.

En el exterior, sin embargo, los afiliados a un partido se convierten en miembros del mismo, los de un sindicato, en sindicalistas, los que pertenecen a una asociación en asociados de la misma.

Eso es lo que permite que en un partido del capital, militen obreros, o simplemente sea votado por una mayoría de obreros. O que una asociación de intelectuales, apoye las posturas de los obreros.

Tiene mucha importancia tener presente esta diferencia de campos, porque el capital tiene gran interés en confundir los dos escenarios. Y todavía más interés en difuminar, disolver las relaciones del interior, sustituyéndolas por otras del exterior (la libertad, la democracia, principalmente). La propia idea del bienestar de los obreros, como función de las instituciones (del Estado), desenfoca la imagen de los dos escenarios confundiendo los límites de uno y otro, tratando de apartar el objetivo del escenario interior de la producción (los obreros están bien porque tienen buenas pensiones, buena educación para sus hijos, buena atención médico-farmacéutica, buena asistencia social), apartándolo de la producción.

Y es muy importante distinguir estos dos escenarios, porque el interior es lo que hay que cambiar, y lo exterior acompañará ese cambio. Y no al revés. Y no en otro orden.

La relación de trabajo entre capital y obrero, es el interior, es lo que hay que cambiar. El exterior, las instituciones, acompañarán este cambio. Este sería el orden, en el caso de cambio (que seria el supuesto del que parte un comunista).

Este es el orden que nos enseña la historia de la producción, la historia de la reproducción humana.

El capitalismo, la relación capital-obrero, se abrió paso entre las formas de trabajo que dominaban en ese momento la producción, que eran el trabajo servil y el trabajo de los artesanos, los trabajadores de oficio. Y las instituciones correspondientes a este nuevo tipo de trabajo, hubieron, asimismo, de abrirse camino desde el seno mismo de las instituciones medievales.

Es la presencia cada vez más importante, más visible, del nuevo tipo de trabajo, el que va exigiendo un tipo nuevo de instituciones que permita su reproducción. El dominio de la producción europea por parte del trabajo capitalista, la relación capitalista de trabajo, reporta la desaparición de las viejas instituciones, y su sustitución por lo que se conoce hoy como Estado moderno. Este proceso de ajuste, a veces es violento (Revolución francesa), a veces en forma de cambio escalonado (Inglaterra).

La aparición del nuevo tipo de trabajo, que podría sustituir al capitalista, ya existe en nuestras sociedades europeas, en la misma forma que apareció el trabajo obrero en el seno mismo de las formas medievales de trabajo.

Como la forma capitalista en su comienzo, las formas socialistas de trabajo, no están aún bien dibujadas, ni cuentan, por la misma razón, con las instituciones, bien perfiladas también, que las acompañen en su marcha hacia el dominio de la producción y de sus instrumentos de reproducción.

Y aquí es donde cabría introducir las enseñanzas recogidas de las experiencias pasadas.

Del comunismo ruso, se podría conservar como idea central, que las instituciones no van delante y la producción detrás. Si se hace así, los obreros, que son la producción, se quedan, ellos, atrás. Y ellos, por el contrario, son los que tienen que lograr la dirección y el control de su propio trabajo. Las instituciones, el partido comunista y el sindicato comunista, no podrían sino acompañarlos en ese camino.

De la socialdemocracia se podría señalar, que el bienestar de los obreros, proporcionado por el capital y sus instituciones, no coincide del todo con el proyecto comunista: conseguir el control, la organización, y los frutos del trabajo, por los propios trabajadores.

          De la relación del capital con el trabajo, y de la necesidad de su reproducción, nacen como sus instrumentos más adecuados las instituciones de la sociedad capitalista, el Estado democrático parlamentario (aunque lo de democrático no sea imprescindible –Chile de Pinochet, España de Franco, Argentina de Videla-).

Sin embargo, y según hemos visto en otro momento, lo que llamamos sociedades capitalistas, lo son, no porque toda su producción sea capitalista, sino porque el capital domina la parte más importante de esa producción, y desde esa posición de dominio, somete a sus condiciones a las demás formas de producción no capitalistas. Por eso decimos que el capital domina a toda la producción.

Pero, igual que la forma dominante de la producción medieval era la relación señor-siervo, y sin embargo, en los entresijos de esta producción (y sin seguir sus mismas reglas) se fueron abriendo paso los artesanos, organizándose en sus gremios (lo que hoy serian las organizaciones patronales), y los mercaderes y navegantes, con sus propias organizaciones (sus Lonjas, sus Ligas entre las ciudades abiertas al comercio marítimo); de forma que, con los medios de fortuna acumulados por estos últimos, y la base técnica de partida de los artesanos de las ciudades, fue fraguándose una nueva forma de producir, sin necesidad de presentarse, en forma dramática, como la suplantadora de la anterior. De igual forma (o al menos, aprendiendo de esa experiencia), las zonas, los sectores, no capitalistas de la actual producción europea (que como vimos conservan una gran importancia), podrían iniciar (en los casos en que aún no lo hacen), o seguir en otro caso, en el camino de la organización cooperativa del trabajo, ya que, como en la experiencia referida, aquí tampoco se presenta en forma dramáticamente opuesta a la forma capitalista, sino conviviendo pacíficamente con la misma.

Por otra parte, las instituciones europeas, de los países europeos, ya están previstas en su funcionamiento, para reproducir, no solo a la relación principal de producción (el capital), sino también a las formas de producción no capitalistas: procesos de trabajo individuales (campesinos y artesanos), y procesos de trabajo asociado o en cooperación de trabajadores propietarios.

Este funcionamiento polivalente (atendiendo a la reproducción de distintas formas de trabajo) de nuestras instituciones, hace que algunas veces oigamos los chirridos que producen los encontronazos de unas  con otras o de los distintos intereses en su propio seno.

No obstante, ya vimos que la reproducción de las formas de trabajo no capitalistas siempre está supeditada al superior interés del capital. Así era también en la Edad Media, las instituciones apuntaban directamente al trabajo del siervo, sin embargo, no impedían, no impidieron, que los nuevos elementos se fueran formando y ensamblando, hasta conseguir una nueva y superior forma de producir. Forma nueva de producir que, a medida que fue madurando, exigió la renovación de las instituciones, ya que las antiguas no aseguraban su reproducción.

Con este cuadro que acabamos de exponer, podemos repasar, comprendiéndolas mejor, algunas de las cosas dichas en las páginas que anteceden.

La relación capital-trabajo se reproduce a través de las instituciones creadas para ello. Entre todas ellas, nos quedamos, para contemplarlas aisladas, con estas dos parejas: organizaciones patronales / sindicatos, y partidos del capital /  partidos de los obreros.

Lo que se trata de reproducir es una relación. Esta relación pone en contacto dos elementos: propiedad de los medios de trabajo y trabajador.

Por la forma de relacionarse estos dos elementos (dirección del trabajo, mando y apropiación del  producto, en uno; y obediencia y obtención de un salario, en el otro), uno se convierte en capital y otro en obrero.

Las instituciones que hemos elegido (las otras también), tienen como función propia la reproducción de estas condiciones, es decir, la conservación de la relación. Se puede cambiar el modo de dirigir, la forma de ejercer el mando, la forma del salario, su cuantía, siempre que su aumento venga correspondido con un aumento de la productividad, la mejora en la jornada, supeditada igualmente a la mejora de la productividad, etc. Lo que no pueden cambiar estas instituciones es el tipo de relación (dirección, mando, etc).

En consecuencia, los sindicatos obreros, en la medida en que entran en relación con su pareja representante del capital, para tratar de los puntos que hemos mencionado (salarios, jornada, etc.), no hacen sino poner al día la relación capital-trabajo, y por tanto, reproducirla. Del mismo modo, los partidos obreros, cuando entran en relación con los partidos del capital, para tratar de corregir los efectos de la relación citada en las condiciones de vida de los obreros (seguridad Social, sanidad, Asistencia Social), no hacen sino facilitar la reproducción de la misma.

Perseguir, de una parte, la mejora de las condiciones del trabajo y la vida de los obreros, y contribuir por otra parte, al reforzamiento y la pervivencia de la relación capital-trabajo, es una función que realizan sindicatos y partidos obreros, y que producen sentimientos de incomprensión y duda entre no pocos trabajadores.

Sin embargo, el peor efecto, de este hecho, en el movimiento obrero, es seguramente, la convicción de que esto es lo más que se puede conseguir: mejorar el tratamiento de los obreros, siempre dentro de esa relación capital-trabajo.

El efecto de esta convicción en Europa es el reinado de la socialdemocracia. Y en los E.E.U.U., la desaparición de los partidos políticos obreros, y la fuerza de los sindicatos.

El conjunto de las instituciones, el Estado, está diseñado en nuestras sociedades actuales, de forma que, sirviendo principalmente de instrumento a la reproducción del capital, sirve, asimismo, de cauce a la reproducción de las formas no capitalistas de trabajo.

La defensa de la propiedad y la seguridad en sus procesos de intercambio- la libertad de contratación-, constituyen el núcleo, el esqueleto, del molde común, en el que encuentran un buen terreno de cultivo, todas las formas de trabajo citadas: el trabajo por cuenta ajena (capitalista), y el trabajo por cuenta propia, ya sea individual (campesinos y artesanos) o colectivo (cooperativas y sociedades laborales) - todos estos últimos no capitalistas-.

Es decir que, de igual manera que las instituciones de la Edad Media, no obstante estar diseñadas para reproducir el trabajo servil, no estorbaron que en su seno existiera, surgiera y se desarrollara un nuevo modo de producir; de la misma forma, en la sociedad capitalista, y bajo sus instituciones, existe, y puede prosperar, un nuevo modo de producir: la unión de productores asociados.

Este proceso de producción existe y opera, al mismo tiempo y de forma paralela, a la de los otros dos.

De manera que, bajo el amparo de las mismas instituciones que las sirven de instrumentos de reproducción, funcionan los tres tipos de procesos de trabajo citados. Los de forma individual (campesinos y artesanos, principalmente), y los de forma colectiva (por cuenta ajena o capitalistas, y por cuenta propia o en forma de trabajo en cooperación).

Las instituciones que apoyan su reproducción en común, son, sin embargo, especialmente apropiadas a la forma dominante de producción, la capitalista, dado que la producción de nuestro país es mayoritariamente de forma capitalista.

En el supuesto, posible, de que el mayor peso en la producción se hiciese en forma de trabajo cooperativo, las instituciones, seguirían sirviendo a la reproducción capitalista, pero muy previsiblemente harían un giro en su número y funciones, que reflejaría ese dominio en la producción.

Los procesos de trabajo en que el trabajador es uno, o a lo mucho es auxiliado por miembros de su familia, principalmente los campesinos y los artesanos, no suponen actualmente la parte más importante en la producción de ningún país europeo, y difícilmente llegarán a serlo; más bien se piensa que su tendencia es perder cada vez más peso en la economía del país. La razón no es otra que la dificultad en alcanzar una alta productividad, dada la limitación que representa la actuación de un solo trabajador. Por esta misma razón, su reproducción encaja cada vez peor en el juego de instituciones progresivamente más enfocadas hacia la reproducción capitalista. Estas circunstancias, sin embargo, no hacen apuntar hacia una rápida disolución de las mismas, dados los buenos servicios que pueden prestar incrustadas en los rincones y rendijas del sistema, donde los grandes procesos productivos tienen dificultad en penetrar.

Las asociaciones de trabajo cooperativo, tienen en común con campesinos y artesanos, que se trata de trabajo por cuenta propia. Se trata de trabajos no capitalistas. Y se diferencian de ellos, en que, como los capitalistas se trata de trabajos colectivos, y, al igual que éstos, utilizan las ventajas de la cooperación compleja y, en general, de las economías de las producciones de escala (producciones en masa).

En este último siglo y medio (por ponernos en el terreno concreto de lo real), la producción capitalista ha crecido, en nuestro países europeos, extraordinariamente. La producción individual, ha seguido una clara y constante tendencia a ir perdiendo peso en el conjunto y la producción cooperativa ha ido creciendo lentamente, partiendo además de una base prácticamente inexistente.

Es importante situarse ante estas tres formas de trabajo, de producción, porque la perplejidad de un comunista, como Lenin, fue de la misma categoría, que la que puede producir a un comunista de hoy la misma o parecida realidad.

Perplejidad ante el trabajo capitalista; de tal forma que lo que se hizo fue aprovechar el aparato tal cual se recibió, utilizando su forma autoritaria para facilitar su funcionamiento. A los 70 años se la pasó a los nuevos dueños prácticamente con el mismo funcionamiento.

Perplejidad ante unos campesinos que entendieron que lo que se les proponía (la asociación para trabajar en cooperación) no coincidía con los proyectos que ellos tenían, y, por lo tanto, no hubo asociación de trabajo cooperativo campesino, sino colectivización militarizada, sin intervención alguna de los propios campesinos.

Perplejidad al comprender Lenin, ya tarde, que las cooperativas eran el camino socialista.

Ante tanta perplejidad, el partido comunista ruso, sus órganos de gobierno, decidieron, en su línea comunista de pensamiento y de acción, colocar a las empresas capitalistas bajo el control del gobierno (del partido), y con los campesinos, formar unidades de trabajo colectivo para aprovechar así las ventajas de la cooperación y la producción a escala.

Este planteamiento y su ejecución, no parecen ajenos al proyecto que para cambiar la suerte de los trabajadores (para hacer la revolución), tenía el partido comunista ruso. Es decir, en principio, se hizo lo que se pensaba de antemano que se había de hacer. El comunismo en su práctica, era consecuencia del comunismo en su teoría, en pensamiento, en su proyecto.

Es cierto que el partido bolchevique era un partido de obreros; que los obreros, en proporción a la población rusa, eran una minoría; que había otros partidos obreros, distinto del bolchevique. Es decir, quien tomaba estas decisiones, lo hacía en representación de una, muy pequeña, parte de los trabajadores, y aún menor, de la población rusa. Pero esto entraba en el pensamiento del partido. No se trataba de una inconsciencia de cuatro dirigentes. Estos dirigentes, y el partido bolchevique, pensaban que ese era el camino de la eficacia. Pocos dirigentes, decididos y provistos de una visión correcta de la situación de la sociedad, y de las soluciones que hay que aplicar a sus problemas, pueden poner patas arriba a un país y hacerse con el control del mismo y aplicar  sus recetas, Y así lo hicieron.

A ese tipo de visión y modo de actuar en los partidos, se le ha llamado Leninismo, y se ha utilizado en diversas revoluciones de países africanos, asiáticos y algunos de Ibero América.

Es una forma de entender el camino hacia el comunismo.

En Europa, hoy, este camino estaría lleno de dificultades. De orden práctico, porque la mayoría de las instituciones importantes se las elige a través de procesos electorales democráticos (todas no- el Rey, los Obispos-), que no permiten su ocupación por la fuerza.

De orden teórico. Si el norte del comunismo apunta al control y ordenación del trabajo por los propios trabajadores, la teoría y la práctica de estos partidos, no facilita caminar hacia ese norte. Los obreros rusos, e incluso los campesinos, estuvieron apoyando a un gobierno, a un partido, que parecía actuar en ese sentido. Posteriormente, quien controló la ordenación del trabajo, fue el partido, no los propios trabajadores.

Un partido es una institución, cuya misión central es ocupar la dirección y control de todas las instituciones. Y la función principal de todas las instituciones consiste en servir de instrumentos para la reproducción de los procesos de trabajo que básicamente soporten la producción.

En una producción como la rusa, en que las instituciones ejercían al mismo tiempo la dirección y control de la producción misma, y la dirección y control de las instituciones que habían de facilitar su reproducción, los obreros se encuentran absolutamente bloqueados. Por más que el objetivo del partido comunista en su actuación fuera la mejora en las condiciones de trabajo y de vida de los obreros rusos, lo cierto es que el camino elegido, el método aplicado no conducía, ni aún a largo término, al control del trabajo, sus condiciones y sus frutos por parte de los propios trabajadores. El partido se había apropiado de esta función de dirección y control, la ejerció a través del gobierno y su Administración, y aunque dijese y repitiese que lo hacía en nombre de los trabajadores, nunca proyectó ni propuso, ir traspasando, aunque fuese lentamente estas funciones de dirección a los propios trabajadores. Y esto último hubiese dado un sentido a todo lo anterior. Todo lo anterior hubiese sido un periodo de preparación para iniciar el camino hacia el comunismo. Todo lo anterior hubiese sido un periodo de preparación para iniciar el camino hacia el comunismo. Todo lo anterior (incluidas las colectivizaciones forzosas) tendría que ser recibido por los comunistas rusos como una herencia de la generación comunista anterior. Y los comunistas europeos, hubieran recibido, igualmente, la experiencia rusa, como una experiencia comunista; con unos métodos iniciales desajustados, dolorosos, desechable como ejemplo a seguir, pero una experiencia comunista al fin y al cabo.

Sin embargo, la experiencia, en su conjunto, no resultó válida para el movimiento comunista. No dio ningún paso aprovechable (sostenible) para el conjunto de los comunistas y sus organizaciones del mundo entero.

En una primera consideración, sin embargo, los comunistas rusos, se pusieron en la senda que los acercaba a su ideal, a su proyecto. De una parte, arrebataron la gran producción industrial a los capitalistas y las grandes propiedades rústicas a los terratenientes; y de otra, hicieron pasar a los campesinos, de unos procesos de trabajo individuales, de baja tecnificación y más baja productividad, a otros, de dimensión adecuada a la maquinaria utilizada y en que la especialización de las tareas permitía obtener todas las ventajas de la cooperación y de la producción a escala.

Con estos marcos de producción, hicieron un gran esfuerzo de racionalización, planificando el conjunto de la producción y ajustándola al conjunto de las necesidades del país.

Y toda esta inmensa tarea la pusieron en manos de los representantes de los trabajadores.

Esto dio, como era de esperar, sus resultados. Un inmenso país arruinado, pasó en unas decenas de años, a ser una de las primeras potencias del mundo. O sea, la cosa había funcionado.

Así lo vio, el mundo entero (como hoy está viendo a China), y así lo siguen viendo no pocos comunistas en la actualidad. Incluso en Rusia. Y a estos les llaman nostálgicos.

Sin embargo, la experiencia no apareció, al final, como sostenible, y se hundió; volviendo al capitalismo.

Consecuencia práctica: es altamente probable que las experiencias paralelas (China, Cuba), no sean sostenibles, y deriven (en China ya es así) hacia formas capitalistas de producción. Otra consecuencia práctica; otros países, sin recorrer este camino, también están en la cabeza de los países, en el terreno industrial, agrícola, bancario, educacional, etc. (Holanda, Bélgica, Noruega, etc). No era, por tanto, mérito del camino elegido.

Consecuencia teórica: la puesta en las manos de los obreros de la dirección y control de la producción y de las instituciones, nunca apareció en el centro de las metas buscadas, y muchas alcanzadas, por el partido comunista ruso. Si la teoría ha de ser una guía para la práctica, los comunistas, rusos, chinos, etc, han seguido una práctica basada en los principios de eficacia en la producción, y sometimiento absoluto al partido, en los aparatos de reproducción. Lejos, en consecuencia, del protagonismo de los trabajadores, en los dos campos indicados.

 

 

Cuando hemos hablado del “interior” y del “exterior”, hemos aclarado enseguida que el interior era la producción y el exterior, las instituciones.

No se trata de una separación radical, puesto que las instituciones reciben de la producción, el encargo de su función, y el pago de la misma; mientras que en el seno de la producción se aprecia claramente el reflejo de las instituciones. (Todo el aparato de fuerza que defiende la propiedad- Código Civil, Código Penal, el autor de ambos, el Parlamento, Jueces, cárceles, policía, etc- hace sentir su existencia en la fábrica misma, y su “respeto” hace normal su funcionamiento). Sin embargo, no es precisa la presencia de una en el terreno de la otra. Se trata, por lo tanto, de dos escenarios diferentes, donde se encuentran, eso sí, cara a cara, las dos mismas fuerzas sociales, el trabajador y el capital.

Cada escenario tiene sus normas de actuación, y los personajes, aunque sean los mismos, desempeñan papeles distintos.

En la producción, el obrero trabaja, obedece y recibe un salario; el capitalista, manda, decide y reparte el producto obtenido con el trabajo- una parte será su ganancia, y otra los salarios-.

En las instituciones- Parlamento, Gobierno, Tribunales-, por ejemplo, los personajes son los mismos, pero los papeles a desempeñar son otros. Se trata, no de producir, sino de decidir y señalar las condiciones en que se producirá, y lo que es más preciso, las condiciones en que se llevará a cabo la reproducción.

Como estamos en el caso de una producción concreta, la capitalista, lo que se trata de reproducir es la relación de trabajo capitalista, o por cuenta ajena. El personaje que representa al capital en la institución (el Congreso de los Diputados, por ejemplo), propondrá las medidas más favorables para su representado, y otra tanto harán los personajes que representan a los obreros, respecto a los suyos. Estos personajes colectivos son, principalmente los partidos políticos.

En este esquema de funcionamiento reconocemos claramente a los  partidos socialistas y comunistas socialdemócratas europeos. Sus funciones consisten, efectivamente, en facilitar la reproducción del capital, buscando las condiciones más favorables posibles para sus representados, los trabajadores.

Esto acaba con toda confusión respecto a lo que, en sus inicios, perseguían estos partidos: el cambio de sistema. Se trataba de hacer desaparecer al capitalismo, y sustituirlo por el socialismo.

Hoy, a la vista de la experiencia recogida, tanto los partidos socialistas como comunistas europeos han decidido centrar su proyecto en la obtención de las mejores condiciones para los trabajadores en su relación con el capital.

No todos los obreros entienden así de claro la teoría de los partidos que los representan, pero, ciertamente esta es la práctica que, ellos mismos siguen en sus relaciones con el capital.

De esta forma, en los dos escenarios citados, el de las relaciones de trabajo, y el de las instituciones que las apoyan y sostienen, los obreros dan por buenas éstas, y en su seno, procuran obtener lo que les sea más favorable.

          Lo que acabamos de analizar se refiere a la relación del capital con el trabajo. Pero, recordamos que buena parte de la producción material de nuestros países no responde a ese tipo de relación.

Igual que Lenin y su partido comunista ruso, los partidos comunistas europeos actuales, se encuentran, junto a los obreros, un mundo de campesinos, cuyo trabajo no responde al tipo sobre el cual han motado toda su teoría y toda su práctica.

Como forman parte, importante, de la producción material del país, las instituciones han de contar con sus exigencias, sobre todo las referidas a su reproducción.

Esto es particularmente complicado, sobre todo porque han de acudir al mismo mercado, donde concurren empresas capitalistas con una productividad mucho mayor.

Habíamos dicho que el núcleo principal de las instituciones de la producción capitalista, responden también a las necesidades de la reproducción del campesino, fundamentalmente, defensa de la propiedad y seguridad de su libre intercambio. Pero, lo dicho antes, la diferencia de la productividad de su trabajo con la del trabajo capitalista, plantea a las instituciones encargadas de su reproducción, unos problemas muy graves.

Son tan graves como los que se le plantearon a Lenin ante los campesinos rusos. Este les exigía una mayor productividad para poder obtener una mayor producción de cereales para poder exportarla y obtener divisas. En nuestro caso no se trata de obtener una mayor producción pero sí una mayor productividad para poder acudir al mercado con productos tan baratos como los que producen las empresas capitalistas. En otro caso, se hace inviable su reproducción, su existencia.

El problema se plantea en los mismos términos en la Rusia de 1920 y en la Europa de los comienzos del siglo XXI: para aumentar la productividad del trabajo en los procesos de trabajo individuales, el camino más viable es convertirlos en procesos colectivos de trabajo.

Ya había antecedentes de este problema, y de esta solución. Efectivamente, el proceso de formación y desarrollo (reproducción) del capital, hemos visto que no fue otra cosa que la reconversión de procesos de trabajo individuales (los artesanos), en procesos de trabajo colectivos, las empresas capitalistas

El hecho de que los procesos de trabajo individual tengan como objeto principal la tierra (caso de los campesinos), no cambia para nada el problema.

Es decir, tanto los artesanos como los campesinos, tienen como problema principal, la limitación que a su productividad impone el hecho de que en sus procesos se trabajo interviene un solo trabajador, limitando con ello la clase y la dimensión de las herramientas, máquinas, motores, tipo de energía, etc. utilizables, así como la cadencia y ritmo de sus tareas. 

En realidad, éste es el corazón del comunismo. El corazón y el cerebro. Es el núcleo central en el que clavan sus raíces la práctica y la teoría comunista: la organización del trabajo productivo en una sociedad.

Que esta organización la lleven a cabo los propios trabajadores, sería el norte de toda la práctica comunista, de todos los proyectos comunistas.

La teoría comunista no sería otra cosa que la reflexión sobre esas prácticas, con la introducción intencionada y constante de cuantos conocimientos y métodos científicos hagan más transparente y reconocible el proyecto que sirve de guía.

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